La estética
anarquista surge de la reflexión prospectiva de los fundadores del pensamiento
anarquista moderno. Al definir la orientación estética de una sensibilidad
antiautoritaria, prolonga la irradiación de un conjunto de teorías y prácticas
revolucionarias. Para aplicar las tesis generales de una filosofía, de una
“ciencia” de la sociedad, a los problemas de la creación literaria y artística,
adopta la tendencia de las estéticas sociológicas de los siglos XIX y XX. Pero la
tentación iconoclasta que ha heredado de los grandes movimientos heréticos de
la historia -así como el culto a la creatividad que instituye a partir de una
visión “rousseauniana” del hombre- le permite escapar al determinismo estéril
de las “ciencias” socialistas del arte. La estética
anarquista refleja, además, el pluralismo fecundo de las diferentes corrientes
del pensamiento libertario. Individualista, exalta la potencia creadora, la
orgullosa originalidad de cada persona. Colectivista o comunista, celebra el
poder creador de la comunidad o del pueblo. Pero sea que reclame, inspirándose en
el culto proudhoniano, bakuninista, de lo desconocido, un arte nuevo, sin
precedente en la historia del arte, o que preconice el renacimiento de un arte
popular o arcaico, inicia el primer gran ataque moderno contra dos milenios de
cultura europea.
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